Maruja —qué con tres años comprendió que ni era querida ni estaba protegida y que solo interactuaba en el mundo para cumplir órdenes y mandatos, los cuales le caían de forma autoritaria sin previa o comprensiva explicación— comenzó a sentirse acompañada a los ocho por unas tímidas, débiles e infantiles voces que susurraban e insinuaban dentro de su cabecita todo lo que tenía que pensar sobre ella misma y como consecuencia lo que estaba obligada a tener  que hacer o permitir, aunque no fuera capaz de comprender los pasos que se veía dando y sobre los que volvía una y otra vez, siempre animada por esas voces que le aseguraban que todo estaba bien, que todo formaba parte de algo; normal… ¡Marujita, hija…! Le susurraban… ¡¡¡Te ha dado un regalo!!! Le aseguraban… ¡No pasa nada de nada porque este hombre te quiera acariciar! ¡Marujita, hija…! Le confirmaban… ¡¡¡Te ha elegido a ti!!! Le sentenciaban con un aire juguetón, no en vano solo llevaban ocho años en su mundo… ¡¡¡Si no le dejas tocar…; nadie jamás, jamás, jamás…; te querrá!!!

Maruja  no sabía que el desamparo y la tristeza alimentaban a los dueños de esos susurros que cada día se hacían más fuertes dentro de su mente, donde día a día tomaban forma, se ponían nombres y se multiplicaban cada vez que podían acaparar alguna vivencia desconocida para hacerla propia y en consecuencia dirigirla con sus opiniones y sentencias hacia donde ellos  quisieran, obligando (de ese modo) a Maruja a pasar por una adolescencia  miedosa, al sentirse poco valida, fea, gorda y alfombra donde cualquiera tenía el poder de pisar, puesto que las sombras no dejaban pasar a ningún pensamiento sanador, aunque si recibían a dichos pensamientos con una sonrisa que hacía las veces de maquillaje para no mostrar que dichas sombras estaban en pleno crecimiento envueltas con  harapos roídos y negros —como en un carnaval medieval— para una vez dentro y confiados…; devorarlos… ¡Marujilla, hija…! Le susurraban con la certeza de llevar el mando dentro de su cabeza… ¡¡¡Colócate, emborráchate, roba, molesta, putea, ábrete de piernas…, todos lo hacen!!! Le aseguraban… ¡No pasa nada, además te mirarían mal! ¡Marujilla, hija! Le confirmaban con toda la dureza de la que disponían… ¡¡¡Es una suerte que puedas tener amigos que no les importe que estes cerca!!! Le sentenciaban con un aire socarrón, no en vano ya llevaban dieciséis años en su mundo… ¡¡¡Si no haces lo que ellos hacen…; nadie jamás, jamás, jamás…; te querrá!!!

Por lo tanto, Maruja llegó a su adultez con férreos acompañantes que cambiaron sus primeros susurros por gritos acomodados en el libertinaje que ella misma les proporcionaba con cada una de «sus decisiones». Maruja les dejaba acampar y reinar dentro de su mente…; un pozo oscuro y muy frío con paredes mohosas y resbaladizas al que llamaba habitat metal. Maruja, incluso, presumía de ser la capitana de su vida, la que superó malas épocas y la que podía ayudar a cualquier ser humano que cargara con algún trauma pasado o presente, ya que del futuro preferían no hablar… A esas alturas Maruja era incapaz de reconocer que sus sombras eran las dueñas y señores de su vida —estaba acostumbrada a que le masticaran el alma una y otra vez—las que no le dejaban salir de donde no debería de estar… ¡Maruja, hija…! Le susurraban con aplastante seguridad y desidia… ¡¡¡Te ha pedido perdón, que más quieres…!!! Le aseguraban… ¡Tú lo has provocado! ¡Maruja, hija! Le confirmaban con el mayor de los desprecios… ¡¡¡Te quedaras para vestir Santos, además quien te va a querer a ti, que estás aún más fea y gorda y vieja…!!! Le sentenciaban con toda la antipatía de la que disponían, como manda la buena maldad, esas «sus» sombras con solera, no en vano ya llevaban cincuenta años en su mundo… ¡¡¡Si no sueltas esa maleta…, nadie jamás, jamás, jamás…; te querrá!!!

Una vida perdida y mal acompañada…, susurraba Maruja en su último aliento cuando con noventa y tres años se dio cuenta que jamás, jamás, jamás…; se quiso, al mismo tiempo que sus curtidas y aposentadas sombras con formas y con nombres se reían sin diente y con los mismos harapos ante una nueva y repetida discusión, donde la inseguridad pedía más espacio a la pena, quien se quejaba de su poca influencia en esa última etapa de Maruja al haberla notado más libre y con ganas de divertirse, algo que no permitió la ira, ya que hasta ese mismo momento le recordó a Maruja que siempre, siempre, siempre…; fue nadie.

Todas estas sombras no dieron por terminada su relación con Maruja… ¡Volverían con ella! Le susurraban capitaneadas por la cobardía que fue la primera que se adentró en ella siendo una niña… ¡¡¡Te estaremos esperando…!!! Le aseguraban las sombras esta vez representadas por el miedo, la desprotección y la carencia que tanta fuerza tuvieron en su adolescencia… ¡Te vas como basura para los gusanos y volverás como posada para nuestra voracidad! Le confirmaban desde una desdentada boca donde la rabia y la condescendencia interactuaron con más fuerza en su vida adulta ¡Nunca has valido nada…! Le sentenciaban como un coro de última hora la desinflada autoestima junto a una ninguneada pena que querían recobrarse de un intento de fuga de Maruja en sus últimas horas, sintiendo un resoplido de la envidia que quería renacer para la siguiente vida, ya que en esta no tuvo demasiada cabida… ¡¡¡Maruja, hija!!!... ¡Te esperare…! Dijo una infantil y poco desarrollada envidia, pero con la crueldad suficiente como para presentar batalla y ser la reina —en la siguiente vida de Maruja— gracias al apoyo de un minúsculo ego con grandes pretensiones, donde ambos sentían como en sus oscuras bocas se abrían paso unos solidos colmillos con ganas de devorar…, para que jamás, jamás, jamás…